Mito del origen de las medicinas entre los Naxi
O Congren Bandi busca la medicina de la inmortalidad[1]
Hubo una ocasión en que Congren Bandi salió de caza con sus hermanos. Pasaron tres días y tres noches cazando en el bosque y cuando regresaron a su casa descubrieron que su padre y su madre habían muerto. Y aunque les ofrecieron tres cuencos de carne y arroz, nada pudieron comer; tampoco pudieron beber lo que les ofrecieron ni vestir sus ofrendas. Deprimido Congren Bandi se dijo: “Lo que muere no puede volver a vivir, los enfermos deben de curarse bien. A la orilla del gran océano situado en las tierras occidentales, en las tierras del jefe Leqi Nenpu se dice que crece una hierba que proporciona larga vida sin envejecer, iré a buscar esa hierba preciosa y regresaré con ella.”
De esta forma Congren Bandi se puso en marcha con sus dos hermanos, cada uno montado en su caballo. El primer día llegaron a un gran árbol en la montaña bajo el que había una fuente, y allí descansaron. Por la noche Congren Bandi soñó con un lama que rezaba una letanía y en su sueño vio la hierba de la inmortalidad que buscaba. Al día siguiente vio un faisán plateado posado sobre el árbol bajo el que descansaban, y se juró a sí mismo: “Si disparo a este faisán y le acierto, es que encontraré la medicina de la inmortalidad, pero si no le acierto no la encontraré.” Disparó y le acertó exclamando muy contento: “Seguro que encontraré la medicina de la inmortalidad.”
Poco después, cuando llegaron al altiplano, un ciervo moteado con cuernos blancos saltó ante él. Congren Bandi hizo un nuevo juramento: “Si acierto a este ciervo es que encontraré la medicina de la inmortalidad, pero si no le acierto, es que fracasaré.” Disparó y acertó, gritando contento: “Seguro que voy a encontrar la medicina de la inmortalidad.” Cuando se acercó alegre a descuartizar al ciervo descubrió que en su pecho vivía un pequeño espíritu del tamaño de un dedo pulgar.
Sorprendido Congren Bandi dudó antes de seguir moviendo su cuchillo, temiendo matarle. Antes de que pudiera reaccionar el espíritu habló pidiéndole que no le matara, sino que le colocara bajo algún gran árbol. Así que le sacó con cuidado del pecho del ciervo y le colocó sobre una piedra situada bajo un árbol. El genio, agradecido, le dijo: “A partir de hoy mi espíritu hará todo lo posible por ayudarte. Espero que alcances tu destino tras un venturoso viaje.”
Congren Bandi siguió su viaje. Pronto llegó a una montaña que vigilaban tigres y leopardos. Se acercaban a la frontera del país occidental del jefe Leqi Nenpu cuando se encontraron con un muchacho que bajaba veloz de la montaña. Al verles, le preguntó: “Congren Bandi ¿dónde vas con tus hermanos?” A lo que Congren Bandi respondió contándole como habían salido de caza durante tres días, encontrando al volver que sus padres habían muerto y, no resignándose ante la inevitabilidad de la muerte, se habían puesto en camino para buscar la medicina de la inmortalidad.
El muchacho veloz les dijo entonces: “En las tierras del jefe Leqi Nenpu donde os dirigís, la fuente de las medicinas es verde, pero la fuente del veneno también es verde; la medicina tiene flores doradas, pero también son doradas las flores venenosas. No podrás distinguir la fuente de las medicinas de la fuente del veneno, ni conseguirás diferenciar las flores de la medicina de las flores venenosas.” Congren Bandi pidió entonces al muchacho que les acompañara para poder distinguir la medicina de la inmortalidad. Pero éste, un siervo escapado de la casa de Leqi Nenpu le contestó: “El camino que se ha andado no se puede deshacer para volver a andarlo, la montaña que se ha escalado no se puede bajar para escalarla de nuevo.” Aconsejándole que pasara tres días dónde crecen las medicinas y tres noches donde lo hace el veneno, y de esa forma podría distinguir claramente las hierbas medicinales de las venenosas.
Siguiendo sus instrucciones Congren Bandi y sus dos hermanos se dirigieron al lugar donde crecen las hierbas medicinales, comprobando que efectivamente las hierbas medicinales no se podían diferenciar de las venenosas, así que siguiendo las instrucciones del muchacho decidieron pasar unos días en esa montaña. Pasaron el primer día observando continuamente las medicinas con los ojos abiertos como platos. Al segundo día vieron a un ciervo moteado de cuernos blancos mordisquear las hierbas venenosas, cayendo enseguida al suelo por donde empezó a rodar como si fuera a morir de un momento a otro; hasta que rodó a otra pradera, donde mordió unas hierbas amarillas y de repente se levantó como revivido, alejándose saltando hacia el bosque. Al tercer día llegó un cerdo negro, bebió de la fuente venenosa e igualmente se desmayó rodando en el suelo de un lado para otro como si fuera a morir. Rodó hasta llegar a otra fuente, donde tras beber un trago del agua medicinal súbitamente se recuperó levantándose y corriendo hasta perderse en el bosque. Al cuarto día vieron llegar un gran buey negro que se puso a frotarse sus cuernos con las rocas de una cueva, de tal forma que uno de sus cuernos cayó. Congren Bandi y sus hermanos, rápidamente tomaron el cuerno, donde escondieron la medicina de la inmortalidad, saliendo a escondidas de ese lugar.
A toda prisa regresaban a su casa. Al llegar al árbol donde habían dejado al geniecillo, éste les dijo: “Habéis hecho una buena obra y no voy a olvidar vuestra bondad. Rápido plantad cientos de estacas como para sujetar los caballos, cortad cientos de cuernos de yak, haced cientos de hogueras con sus boñigas y disparad cientos de flechas a la cueva hasta dividirla en dos. Y enseguida marchaos.” Los hermanos hicieron cómo el genio les indicó continuando su camino.
Cuando Leqi Nenpu, el jefe de las regiones occidentales, descubrió el robo de su medicina de la inmortalidad, temblando de ira se montó en un cerdo negro y salió a perseguirlos. No tardó en llegar al árbol bajo el que vivía el geniecillo, que al verle le preguntó: “Poderoso Leqi Nenpu ¿dónde vas con tanta prisa?” Leqi Nenpu le explicó enfadado que había salido persiguiendo a los malvados que habían robado su medicina de la inmortalidad, preguntándole si los había visto pasar. El geniecillo le contestó que sí, que era un grupo muy numeroso que el día anterior pasó por allí. Que plantaron cientos de estacas para atar a sus caballos, que cortaron cientos de cuernos de yak y quemaron cientos de boñigas para calentarse. Que eran tan numerosos y dispararon tantas flechas a la cueva que la dividieron en dos. Por lo que asegurándole que no podría enfrentarse a ellos, le recomendó que abandonara su persecución.
Así que el jefe Leqi Nenpu, viendo que no podría alcanzarlos, se quedó un rato allí como atontado, luego proclamó una maldición y volvió a sus tierras. Congren Bandi y sus hermanos seguían camino de su casa a toda velocidad. A causa de la maldición tropezaron con unas ramas de azalea, cayéndoseles la medicina de la inmortalidad que llevaban en el cuerno de yak.
La medicina se esparció por nueve montañas y nueve ríos. Una gota cayó al cielo, que se hizo alto y ancho, otra a la tierra, cuya superficie se hizo vasta y extensa. Otra cayó al sol, proporcionándole sus rojos rayos, y otra más a la luna, dándole sus rayos blancos. Otra gota fue a la montaña Junaruolou, una alta montaña que no envejece. Otra al árbol Heyibada, que nunca se puede caer; otra a la gran roca Zengzenghaitanlu, que no se puede romper; y otra más al mar Milidaji, que no se puede secar.
Otra gota cayó al ciruelo, que en ocho meses florece dos veces, otra más a una piedra de la que sale la chispa que da fuego, otra a la serpiente, por lo que aunque la cortes en dos trozos se pueden volver a unir; otra en la hierba verde, que aunque se corte por la noche crece por la mañana.
Cuando Congren Bandi y sus hermanos regresaron a casa empezaron a preparar el funeral de sus padres. Invitaron a los jefes y a los ancianos, a los Dongbas que leen las escrituras, y sacando del fondo del cuerno de yak las últimas gotas que no se habían derramado, se las ofrecieron al espíritu de sus padres, que a partir de entonces pudieron ver con sus ojos, oír con sus oídos, hablar con su boca, coger cosas con sus manos y andar con sus pies.
Tras ofrecerles unas gotas de la medicina de la inmortalidad, los muertos no revivieron pero al llegar a las tierras de los ancestros, se curaron las enfermedades, se pudo comer la comida que les ofrecían en sacrificio, vestir la ropa y montar los caballos.
Como la medicina de la inmortalidad se esparció por ríos y lagos, valles y montañas, impregnando con su poder inmortal, en distinto grado, a multitud de plantas y animales en la naturaleza, hasta hoy en día los hombres recogen en esas plantas las briznas de su poder maravilloso para curar las enfermedades.
[1] Traducida de la versión publicada en Selección de las escrituras Dongba de He Zhiwu.
Extraido de La Creación del Mundo y otros mitos de los Naxi
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