Lhasa- el sueño de todo viajero
“Cuando uno visita Lhasa, solo está pensando en volver”.
En Breve: Una ciudad maravillosa que nadie puede dejar de conocer. El corazón de una cultura única en el mundo, y el artístico escenario donde se desarrollan las experiencias religiosas de miles de peregrinos.
Este es un famoso dicho entre los tibetanos y una realidad que experimenta cuanto viajero visita esta ciudad. Y cuantas más veces se visita, cuanto más dura cada visita, cuanto más se la conoce, más se piensa en regresar a Lhasa.
Y es que Lhasa es una ciudad única en nuestro planeta, un lugar donde las condiciones geográficas, históricas y religiosas han creado un mundo aparte, en el que las concepciones sobre las que basamos nuestras existencias cotidianas son continuamente puestas en entredicho. Un mundo en el que la felicidad, el confort y la riqueza toman un valor completamente distinto al habitual.
Lhasa cuenta con una serie de cualidades que contribuyen a convertirla en un lugar excepcional: su gran altitud, posiblemente haya sido la capital más elevada de un poderoso imperio; la presencia continua de las altas montañas rodeando la ciudad, un recuerdo constante de que estamos en el corazón mismo de los Himalayas; su fascinante cultura, ejemplarizada principalmente en sus magníficos palacios y monasterios, pero que impregna también los días del viajero por medio de esa miríada de templos casi escondidos o de las originales reproducciones de tankas y objetos de arte que se ofrecen en las tiendas.
El último componente y tal vez el que causa una impresión más duradera, es el factor humano, pues no solo Lhasa está poblada por uno de los pueblos más amistosos del mundo, que responden con alegría a cualquier esfuerzo por comunicarse por parte del viajero, sino que sus calles más céntricas, aquellas que los devotos recorren en sus peregrinajes, son un auténtico museo etnográfico, en el que el viajero podrá interaccionar con personas llegadas de todos los rincones del techo del mundo. Pastores nómadas del norte, guerreros Khampas de Sichuan, monjes procedentes de lugares remotos, todos recorren incansables la calle Barkor e intercambiarán con cariño una sonrisa o un apretón de manos con el viajero que les preste atención.
Lhasa es el centro de un país que en realidad es un mundo, y el viaje a Lhasa una experiencia espiritual que ningún viajero puede rechazar.
La Ciudad antigua
La ciudad antigua de Lhasa son las calles que se encuentran alrededor del templo Jokhang y la calle Barkor. Es un rectángulo un poco irregular que contiene docenas de templos y mansiones antiguas, y además el mercado, multitud de restaurantes y tiendas tradicionales, y algunos hotelitos abiertos en antiguas mansiones tibetanas proporcionando, en definitiva, la mejor muestra de la vida del Tíbet que el viajero podrá conocer. Algunas de estas calles cuentan a sus dos lados con impresionantes edificios de altos muros blancos, con puertas bellamente decoradas y una terminación típicamente tibetana
Monasterio Jokhang
El Templo de Jokhang es el más importante de Lhasa y de todo el Tíbet. La ciudad de Lhasa se formó de hecho en torno a este templo, su nombre “tierra santa” también le fue dado por el templo. Su importancia viene dada por albergar una estatua de Buda Sakyamuni cuando tenía 12 años, llevada a Tíbet por la princesa china Wen Cheng. Es un templo pequeño, con una estructura simple y poco sofisticada que refleja su antiguo origen, que alberga algunas de las más valiosas reliquias de la religión tibetana, pues las pinturas y esculturas que se conservan en su interior están entre las mejores y más antiguas del Tíbet, y las más veneradas por los fieles.
Palacio de Potala
El Palacio de Potala es el edificio más impresionante de Tíbet y uno de los más grandiosos del mundo. Es también el palacio más elevado. Desde su construcción fue el centro político y religioso del Tíbet, y aún hoy es un importante centro de peregrinación para los tibetanos, y para los extranjeros deseosos de descubrir su más importante construcción. El Palacio de Potala, con su laberinto de salas y pabellones, es toda una ciudad, con numerosas salas de gobierno, capillas, tumbas, así como escuelas, prisiones y almacenes. Tiene unas dimensiones sobrecogedoras: 117 metros de alto en 13 pisos, 400 metros de ancho (este-oeste) y 350 metros de profundidad (norte-sur). Por la cantidad y calidad de las obras de arte que conserva podría considerarse uno de los mejores museos del mundo: un museo del arte y la cultura tibetana.
Consta de dos partes bien diferenciadas: el Potala Rojo y el Potala Blanco. El nombre viene dado por el color de los muros exteriores. Estos colores, más el dorado que corona los techos de las capillas funerarias, contribuyen al esplendor que muestra desde la lejanía.
Monasterio de Drepung.
Drepung combina una serie de cualidades que le hacen especial: cuenta con unas cien salas, de las que seis pueden considerarse entre las manifestaciones más bellas del arte universal. Es visitado por numerosos peregrinos, que recorren las salas y patios presentando las ofrendas a sus deidades. No es visitado por tantos turistas como el Palacio de Potala o Jokhang, lo que hace que se pueda ver con bastante tranquilidad, deteniéndose en los detalles que despierten interés en su magnífica decoración o en las actividades de los fieles. Además sus salas principales están abiertas permitiendo conocer sus mejores obras. Su nombre se debe a que desde lejos parece un montón de arroz, por lo que fue llamado «Monasterio que Recoge el Arroz» (Drepung Gompa) en tibetano.
Drepung fue fundado en el año 1416 por Jamyang Choeje, uno de los tres principales discípulos de Tsongkhapa. Enseguida se convirtió en toda una ciudad monástica formada en torno a cuatro grandes universidades budistas (dratsang) de funcionamiento semi autónomo. La erudición de sus lamas hizo que Drepung tuviera una gran influencia en las políticas del gobierno.
Monasterio de Sera
A 3 km al Norte de la ciudad, el complejo de edificios del Monasterio de Sera se presenta imponente desde el camino. Construido sobre la montaña Serawoze parece el guardián de Lhasa. Sera es otro de los grandes templos de la escuela gelugpa. Fundado en 1419 por Shakya Yeshe, uno de los tres primeros discípulos de Tsongkhapa, su nombre le fue dado por la abundancia de rosas (sera en tibetano) en el mismo. Su importancia fue creciendo con los años, convirtiéndose en un importante centro educativo, con el Colegio Serame y el Seraje; dedicados a la lógica y la dialéctica, y el Colegio Tántrico, destinado a la enseñanza del budismo esotérico.
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