Las artimañas de Beijing, la capital imperial
Según las describe Ji Xiaolan[1], en uno de sus cuentos que intenta reflejar la vida en China durante el siglo XVIII.
Ningún lugar puede igualar a la capital imperial en engaños e imposturas. Una vez compré dieciséis tinteros[2] supuestamente fabricados por Luo Xiaohua, famoso fabricante de la dinastía Ming. Colocados en una caja de laca descolorida, parecían cosas del pasado remoto. Cuando las probé a mi regreso, resultaron ser barras de arcilla pintadas de negro. En otra ocasión compré unas velas que no se podían encender, pues estaban hechas de arcilla con una capa de sebo de carnero. Una noche, un hombre vendía patos asados a la luz de las lámparas, y mi primo compró uno. Al volver, encontró el pato ya comido; el esqueleto había sido rellenado con arcilla y pegado con un trozo de papel coloreado como un pato asado y untado con aceite. Sólo las patas y la cabeza del pato no estaban falsificadas. El criado de nuestra familia, Zhao Ping, compró un par de botas de cuero por dos mil monedas, una buena ganga en su opinión. Se puso las botas al salir un día de lluvia, pero volvió descalzo. Resultó que cada bota estaba cubierta de papel engrasado, arrugado para crear los pliegues parecidos a los del cuero, y la suela estaba hecha de un manojo de algodón envuelto en tela.
Lo anterior no son más que pequeños fraudes. Había una vez un funcionario en período de espera que se encaprichó de una bonita joven que vivía al otro lado de la calle. Se enteró por un vecino de que vivía con su madre mientras su marido era ayudante de un funcionario en otra ciudad. Unos meses más tarde, la puerta de su casa se cubrió de repente con papel blanco[3], y se oyó a la familia llorar y lamentarse, pues acababa de llegar la noticia de la muerte de su marido. En la sala se erigió una tablilla conmemorativa[4], algunos monjes celebraron una ceremonia para pedir la bendición del difunto[5] y bastantes personas acudieron a darle el pésame. Poco a poco, la familia, supuestamente al borde de la inanición, empezó a vender ropa y a llamar a casamenteros para que encontraran un segundo marido a la joven viuda. Esto pareció responder a un deseo soñado del funcionario en espera, que se lanzó a la oportunidad. Se instaló en su casa tras la boda, pero varios meses después su primer marido regresó repentinamente. Al parecer, la noticia de su muerte había sido un rumor. Enfurecido, insistió en llevar al funcionario ante los tribunales. Tras repetidas súplicas de su esposa y su suegra, finalmente cedió y dejó marchar al culpable tras abandonar todas sus posesiones. Medio año más tarde, el funcionario en funciones vio por casualidad a la joven interrogada por un censor que controlaba la sección. El supuesto marido que le había echado era en realidad su amante, que había maquinado con ella para estafarle su dinero. La impostura no fue descubierta hasta el regreso de su verdadero marido.
En el distrito occidental había una casa en alquiler de cuarenta a cincuenta habitaciones. Por más de veinte taels de plata al mes, un hombre alquiló el lugar durante más de medio año. Como siempre pagaba el alquiler mensual por adelantado, el propietario no se molestaba en prestar atención a lo que hacía. Un día, el inquilino se marchó de repente sin despedirse. El casero se apresuró a ir a la casa y la encontró reducida a ruinas, pues sólo quedaban en pie dos habitaciones que daban a la calle. Esta casa tenía puertas delantera y trasera. El inquilino, que instaló una maderería en la puerta trasera, desmanteló toda la casa y vendió la madera en su tienda. El propietario, que vivía en la calle de enfrente, no había detectado nada. Fue realmente una hazaña impresionante derribar decenas de habitaciones y vender toda esa madera sin que nadie se enterara. En todos los casos citados, la víctima estaba ansiosa por conseguir las cosas a bajo precio o por satisfacer su propia conveniencia, por lo que no debía culpar totalmente a los demás. El Sr. Qian Wenmin comentó: «Hay que tener mucho cuidado al tratar con la gente de la capital, y hay que considerarse afortunado si no se ha sido engañado. Todo lo que parece una buena ganga debe ser una trampa. Con tantos avariciosos embaucadores en el mundo, ¿cómo puede tener alguna ventaja la gente como nosotros?». Sus palabras me parecen muy razonables.
[1] Ji Xiaolan. Fantastic Tales. Edición y traducción de Sun Haichen. New World Press. Beijing. 1998.
[2] Tinteros de piedra en los que se echa un poco de agua y se va moliendo una barra de tinta para producir la tinta con la que se escribe o pinta.
[3] Señal de luto.
[4] A donde se supone que va, tras los funerales, al alma del difunto.
[5] Lógicamente parte del funeral.
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