La madre de Laozi es la diosa creadora del taoísmo
En el pensamiento taoísta, los grandes misterios no se explican con declaraciones tajantes, sino con imágenes paradójicas, mitos fragmentarios y metáforas corporales. Uno de esos misterios es el origen del mundo, y para el taoísmo ese origen no está en una creación “desde fuera”, con un dios modelando la realidad, sino en un proceso interno de transformación, donde el caos da a luz al orden, y este vuelve al caos.
Desde principios de nuestra era la figura de Laozi, el Viejo Maestro, se fue transformando. Pasó de ser un sabio filósofo a la encarnación del Dao. El es el origen y el cuerpo del Dao. Pero en esta cosmología a veces se olvida que él mismo nació de su madre: la llamada Madre Li, la Doncella de Jade del Misterio Oscuro.
La Madre Li es por lo tanto, la creadora del universo para los taoístas. Una creación muy especial, pues sólo parte de los continuos cambios de los que se nutre el Dao, de ese continuo ciclo de creación y destrucción que es para ellos el mundo. De hecho, en un proceso semejante al de otras cosmogonías, el nacimiento de Laozi va acompañado de la muerte de la Madre Li.
Según los textos taoístas, Laozi nació sin padre. Fue concebido cuando su madre absorbió una gota de “rocío celestial”. Durante el día, ella estaba embarazada; durante la noche, el Viejo Señor abandonaba su vientre para estudiar el Dao. Así pasó más de ochenta años en gestación, esperando el día en que no existiera ni nacimiento ni muerte, el día perfecto para nacer. Finalmente, nació por la axila de su madre, con el pelo y la barba ya blancos, y partió de inmediato sin mirar atrás. La madre, al verlo, cayó muerta del susto… o, según otras versiones más benévolas, ascendió al cielo en un carro de nubes, tras revelar a su hijo los secretos de la inmortalidad[1].
La Madre de Laozi no es simplemente un vehículo pasivo: es la matriz misma del cosmos. “El Dao ha tomado forma en ella. A través de ella, se ha revelado” (Schipper 2011: 150). Ella es la intermediaria entre el no-ser y el ser, entre la nada indiferenciada y el mundo de las “diez mil cosas”.
Pero el mito no termina ahí. Algunos textos afirman que fue el propio Laozi quien creó a su madre. Que primero se transformó en la Doncella de Jade, y luego se reabsorbió en ella para renacer. El vientre materno y el caos primordial son lo mismo: el punto de partida de la multiplicidad.
Este mito sugiere una teología profundamente distinta de la que nos es familiar. En el taoísmo, no hay un creador externo. El universo no fue hecho “de la nada”, sino que brota del caos como un hijo de su madre. Por eso la creación es siempre transformación, mutación continua. Laozi mismo declara: “Transformo mi cuerpo, pasando por la muerte para volver a vivir. Muero y renazco, y cada vez tengo un nuevo cuerpo.”
Y sin embargo, lo que muere no se pierde: se transforma. Así lo enseñaba la madre de Laozi en su breve diálogo antes de desaparecer: que la verdadera vida es acción espontánea, y que la muerte no es un final, sino el paso a otra forma de existencia. El Tao no crea: transmuta. No impone forma: deja que las cosas sean. Y lo hace, siempre, a través del cuerpo de la Madre.
La importancia de esta escena no puede exagerarse: el universo nace del caos cuando el Dao se manifiesta en una mujer. De hecho, el parto de Laozi está sincronizado con la creación del universo. En el momento del nacimiento, cuando el cuerpo de la madre se abre, aparecen también los “Tesoros celestiales en escritura bermellón”, escrituras reveladas que contienen los principios del cosmos. Como en otros mitos fundacionales (véase el Génesis bíblico), el verbo y el nacimiento son simultáneos. Pero en este caso, es el cuerpo femenino el que se abre como matriz cósmica.
Aunque muchas lecturas modernas del taoísmo se centran únicamente en el Laozi autor del Daodejing, no se debe de dejar de lado a su madre, pues en ella se muestra el ciclo constante de transformaciones. La creación como n proceso continuo de muerte y regeneración. La figura de la Madre Li no es un detalle mitológico: es el corazón mismo de la visión taoísta del universo. Es la matriz primordial, el receptáculo del Dao, la diosa madre que da forma a todas las cosas.
Quizá, en esta visión, haya algo profundamente liberador. En vez de un dios todopoderoso que crea desde fuera, encontramos un universo que nace como un hijo en el vientre de una madre sin nombre, sin principio ni fin. Un universo que somos nosotros mismos. Un cuerpo que muere y renace. Un misterio que se revela justo cuando lo dejamos ser.
[1] Todo este post sigue la información proporcionada por Schipper, Kristofer. The Wholeness of Chaos: Laozi on the Beginning. In Schipper et al. China’s creation and origin myths. Brill. 2011.
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