Hong Ying. Un El arte del amor sin arte y sin amor
En Breve: Una novela escandalosa que no consigue escandalizar, y un arte de amor que brilla por su ausencia.
Ya desde el principio sabemos que se trata de un amor sin futuro, pues la novela empieza con la muerte del protagonista, alcanzado por una bomba mientras conducía una ambulancia en la Batalla de Brunete, en la Guerra Civil española, por lo que la novela ya sabemos que ya a ser una descripción del éxito y posterior fracaso de un historia de amor. No hay sorpresa para el lector, solo esperar los acontecimientos.
Estos se desarrollan de forma previsible. Siendo el poeta Julian Bell profesor en la Universidad de Wuhan, y Lin, su amante, una escritora esposa del decano de la universidad, por lo tanto una de las primeras personas con las que el protagonista entable conocimiento.
La atracción entre los dos protagonistas sigue pasos que no presentan ninguna dificultad dinámica ni narrativa, la teórica superioridad del hombre, más joven pero con más experiencias amorosas, pronto se ve que es solo teórica.
Por fin su pasión se ve satisfecha en Beijing, donde ella ha viajado por alejarse de su marido, y él por encontrarse con ella. Siguen descripciones en las que las experiencias sexuales de los amantes intentan describirse con una crudeza para la que la imaginación de la autora no tiene capacidad, y a la vez enmarcarlas en unas antiguas teorías sexuales, que tampoco se presentan ni con la claridad ni la belleza descriptiva que habría exigido una novela, sino como una superposición de conceptos dejados ahí un poco de cualquier forma.
La separación para volver a sus obligaciones en Wuhan es muy dolorosa para ambos, tanto que Julian llega en un estado de debilidad que le obliga a guardar cama y que dura al menos una semana, hasta que ella también regresa.
Poco a poco encuentran una arriesgada fórmula para seguir siendo amantes de nuevo en Wuhan, pues sus casas se encuentran en el campus a una distancia de solo 10 minutos, pero la relación se ve tocada por el paso del tiempo y la realidad de haber vivido momentos mejores. Las prisas, el ambiente, las relaciones sociales, todo va jugando en contra suya, sin que los amantes se encuentren por otra parte con fuerza para ponerla punto final.
El estallido de la Guerra Civil Española despierta a Julian de su sueño. Pues él había ido a China para seguir sus ideales revolucionarios y se ha pasado el tiempo amando a esta escritora descendiente de aristócratas. Decide unirse al Ejército Rojo y, acreditado como periodista, se dirige al frente, en la frontera de Sichuan.
En unas líneas descubre que no es un buen revolucionario ni un buen poeta, e inmediatamente después, justo en el reencuentro de los amantes, son sorprendidos por el marido. Y descubre que sí es un buen inglés, pide disculpas y anuncia su partida a Inglaterra.
La novela podría ser interesante pero no interesa, pues la autora parece prestar más atención a generar un pequeño escándalo con ella, como se generó en el momento de su salida, y le parece más importante describir con una crudeza que, repito, no lo es, las relaciones sexuales, y referenciar continuamente la obra a la estirpe intelectual en la que enmarca Julian, el famoso grupo de Bloomsbury, que lideraron a principio del siglo XX su madre Vanessa Bell, y su tía Victoria Woolf.
Y durante toda la obra el lector ve que podría interesarle lo que cuenta, pero que no le interesa, y no entiende muy bien por qué es así. La realidad es que a la autora tampoco le interesaba mucho.
El final de la obra, una vez que ya no hay más escándalo que contar, parece dejar a los personajes, sin importarle mucho lo que les ocurra. Y como ya hemos dicho, se dedica más tiempo a describir la compra de unas telas para enviar a su madre que a contar los sucesivos dilemas morales a los que se enfrenta el protagonista cuando descubre que no está capacitado para participar en la revolución, y no tiene cualidades para ser un gran poeta.
Nunca vimos durante su estancia en Wuhuan un interés mínimamente superficial por la situación política y social, siquiera por informar a su madre, siempre presente en el trasfondo de sus acciones, su interés es más superficial del que proporcionaría un turista un poco sensible, ni por conocer las actividades de los comunistas u otros grupos reformistas en la universidad, e incluso cuando alguien dibuja una hoz y un martillo en la pizarra Julian no siente mayor curiosidad e incluso, sospechando que la mayoría de los estudiantes estaban llenos de fervor revolucionario “veía con claridad lo ingenuo que sería unirse a ellos para jugar a la revolución. Y además, aquel campus era demasiado bello. Sería una lástima destruirlo.”
Si estas no fueron palabras textuales de Julian Bell, resulta desagradable ponerlas en la boca de alguien que un año después se jugaría la vida, y la perdería, en pos de sus ideales revolucionarios.
No hay una discusión, por breve que pueda ser, sobre política interior o internacional. Y al final, toda su relación con las clases populares queda resumido en sus quejas por el servicio. Y sí, como cualquier marquesa de un cuento estereotipado, el también se ve sorprendido por la pobreza que ve en las estaciones. Su imagen es estereotipada, la del macho blanco famoso que va a protagonizar una escandalosa novela. Y la parte china está igualmente estereotipada, no presentándose al lector más que lo que pueda servir a llevar a buen puerto esa relación.
Esa es la razón por la que los personajes quedan desdibujados, y de que el lector asista con escaso interés al desarrollo de una relación llena de tópicos.
De igual forma, la señora Lin, abandonada a su suerte, tanto por su amante como por la autora, va desapareciendo de escena entre una sucesión de suicidios frustrados que resultan tan patéticos por su fracaso como por su distanciamiento de la narración de la obra.
Al final, de esta obra quedará más algunos detalles de programa rosa sobre la libertad moral del Grupo de Bloomsbury, las descripciones de los bellos qipaos con los que se viste de la protagonista, y el vago recuerdo de que un poeta inglés tuvo una aventura con una escritora china en el año 1936.
Hong Ying. K: el arte del amor. Traducción de Ana Herrera Ferrer. El Aleph. Barcelona, 2004
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