El Primitivista: el filósofo taoísta de la simplicidad.
El clásico taoísta, Zhuangzi no es la obra de un solo filósofo
Cualquiera que se acerque un poco a las obras fundamentales del taoísmo enseguida descubre que el libro llamado Zhuangzi no es la autoría del filósofo Zhuang Zhou, sino que contiene unos pocos capítulos siete según los expertos, los llamados “Capítulos Internos” posiblemente redactados por él mismo o a partir de notas y recuerdos de algunos de sus discípulos. El resto del libro son ideas de otros filósofos no claramente identificados, que comparten las ideas consideradas taoístas durante la dinastía Han, cuando se dio nombre a esta escuela.
¿Quién era el Primitivista?
Entre ese conjunto ya desconocido de filósofos, los traductores han conseguido identificar a uno, a quien no conociendo su nombre llaman “el Primitivista” y los tres capítulos que le atribuyen siguen justo a los 7 “Capítulos Internos”. Su texto es un canto a la simplicidad y una crítica a la benevolencia y la rectitud, que según él están en el origen de todos los males en este mundo. El Primitivista piensa que se puede mejorar el mundo volviendo a la simplicidad anterior a la de los primeros emperadores míticos, unos tiempos que algunos románticamente atribuyen a la época de Shennong, considerado posteriormente el dios de la agricultura.
La Edad Dorada como un mundo de simplicidad
Como señala Hagop Sarkissian[1], a quien agradezco haberme dado a conocer a este filósofo, para el Primitivista “Esta edad de oro fue una época en la sociedad humana en la que el progreso estaba estancado y las personas se conformaban con el poco conocimiento práctico que habían acumulado para sostener las tareas laboriosas de alimentarse y vestirse. La gente no era ignorante porque rechazara la educación o tuviera alguna discapacidad de aprendizaje, sino porque simplemente no había nada que aprender… Antes de que los seres humanos se distrajeran con objetos placenteros, instrumentos musicales, arte elaborado y argumentaciones abstractas, poseían una fuerza interior prístina y sin pulir que les permitía vivir en armonía con las innumerables criaturas.”
Su crítica se centra en la moral que predican los sabios, y durante sus tres capítulos no cesa de achacarles todos los males en este mundo. El más radical de todos ellos es el tercer capítulo, Saqueando Baúles, del que entresacamos algunas ideas.
La benevolencia y la rectitud se hallan a las puertas de los señores feudales
Establece cuartillos y fanegas para que la gente mida con ellos, y robarán usando cuartillos y fanegas. Establece balanzas y pesas para que la gente pese con ellas, y robarán usando balanzas y pesas. Establece registros y sellos para garantizar la confianza, y la gente robará con registros y sellos. Establece la benevolencia y la rectitud para reformar al pueblo, y robarán usando la benevolencia y la rectitud. ¿Cómo sé que esto es así? A quien roba una hebilla de cinturón se le quita la vida; a quien roba un estado se le concede un señorío feudal—y todos sabemos que la benevolencia y la rectitud se hallan a las puertas de los señores feudales[2].
Acaba con la sabiduría y cesaran los robos
Corta la sabiduría, desecha la inteligencia, y entonces cesarán los grandes ladrones. Rompe las jadeítas, tritura las perlas, y los pequeños ladrones dejarán de surgir. Quema los registros, haz añicos los sellos, y el pueblo será sencillo y sin doblez. Haz pedazos las fanegas, parte las balanzas en dos, y el pueblo dejará de disputar. Destruye y borra las leyes que el sabio ha hecho para el mundo, y por fin descubrirás que se puede razonar con la gente.
Cuando los hombres conserven su vista, el mundo dejará de deslumbrarse. Cuando los hombres conserven su oído, el mundo dejará de fatigarse. Cuando los hombres conserven su sabiduría, el mundo dejará de confundirse. Cuando los hombres conserven su Virtud, el mundo dejará de desviarse.
Hace mucho tiempo
Hace mucho tiempo,… la gente anudaba cuerdas y las usaba. Disfrutaban su comida, admiraban su ropa, gozaban de sus costumbres y estaban satisfechos con sus casas. Aunque los estados vecinos estaban tan cerca que se veían entre sí y se oían los ladridos de los perros y los cantos de los gallos del otro lado, la gente envejecía y moría sin haber cruzado nunca sus propias fronteras. En una época como esa, no existía otra cosa que el orden más perfecto.
Un viejo mensaje muy actual
El mensaje del primitivista a pesar de su radicalidad tiene éxito en llamar la atención del lector acerca de las contradicciones en las que nos encajona el progreso y de descubrirlas ya en una época tan temprana. Es por eso que muchas de sus afirmaciones no solo son ciertas todavía, sino que lo son aún más, ahora cuando vivimos en medio de una realidad cada vez más imaginaria y más alejada de nuestra naturaleza interna. Cuando hemos llegado un estado en el que los frutos del conocimiento nos pueden conducir incluso a la destrucción de la humanidad y nuestro planeta, las palabras del primitivista aparecen como proféticas.
¿Un profeta del decrecimiento?
Nadie puede volver hoy a ese nivel de conocimiento en el que bastara poder alimentarse y vestirse porque ni siquiera ahora podemos hacerlo sin ayuda de la técnica, pero el ser consciente de cómo estas generaciones de bien-intencionados pensadores que han estado predicando acerca de la benevolencia y la rectitud han acabado por ser utilizados por los poderes del mundo para transformar las vidas del resto de la gente, es un ejercicio intelectual indudablemente valioso.
[1] Sarkissian, Hagop. The Darker Side of Daoist Primitivism. Journal of Chinese Philosophy 37:2 (June 2010) 312–329
[2] Esta cita y las posteriores son de “The Complete works of Zhuangzi”, traducido por Burton Watson. Columbia University Press, 2013.
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