Cuentos chinos de Aizhanglai, el pícaro de los Bulang
El fruto de la sabiduría
Hubo un día en que Aizhanglai llegó a una aldea que estaba un poco lejos de su casa. La gente de esa aldea había oído decir que él era la persona más lista sobre la tierra, y en cuanto tuvieron noticias de su llegada, todos se acercaron a saludarle. Cuando el jefe de la aldea supo de su llegada también sintió curiosidad por saber qué aspecto tenía Aizhanglai, y a la vez decidió probar si efectivamente era tan ingenioso como decía la leyenda, o si a la hora de la verdad no era para tanto.
Así que dispuesto a poner en práctica su plan, envió a un criado a invitar a Aizhanglai a su casa. En cuanto llegó le dijo claramente. “Hace ya tiempo que he escuchado que eres el hombre más listo que existe bajo el cielo, el más astuto y el que tiene más capacidad de engañar a otros hombres. Hoy me sentiría muy satisfecho si aquí frente a mí fueras capaz de engañarme. Y saber si en realidad tienes o no esa capacidad tan prodigiosa de engañar.”
Al escucharle Aizhanglai enseguida le contestó: “Estimado jefe, si cualquier otro día que no fuera hoy me hubiera pedido que me burlara o engañara a alguien, no le quepa ninguna duda de que podría haberlo hecho. Pero hoy no es posible.”
El jefe, extrañado, le preguntó. “¿Por qué?”
“Porque si durante todo ese tiempo he podido engañar a todo tipo de personas, no ha sido porque mi ingenio sea el más agudo, sino porque tengo un fruto todopoderoso al que llamo el fruto de la sabiduría. Este fruto tiene en su interior innumerables pepitas. Cuando quiero engañar a alguien me basta con abrir el fruto de la sabiduría y tragarme una de esas pepitas. En cuanto llega al estómago mi cerebro enseguida adquiere la capacidad de engañar a la gente.”
Al escucharle el jefe se sintió tremendamente excitado. Queriendo saber más sobre ese fruto prodigioso le preguntó: “¿Y cómo es ese fruto?”
Mostrando un aire misterioso Aizhanglai le respondió: “Si digo que se parece a la castaña, se podría decir que es mayor que una castaña. Si digo que se parece a una sandía, se podría decir que es mucho menor que una sandía. Por lo tanto, lo mejor es saber que lo llamo el fruto de la sabiduría, y con eso baste.”
El jefe se sentía intrigado y pensaba en los grandes beneficios que ese fruto le podría proporcionar. Estaba deseando verlo con sus propios ojos. Saber de una vez qué aspecto tenía. Calculaba que si ese todopoderoso fruto de la sabiduría llegaba a sus manos se convertiría en el hombre más listo de la tierra. Por lo tanto le pidió a Aizhanglai con una sonrisa complaciente: “Por favor, vete rápido a traer uno para que yo lo vea.”
Fingiéndose molesto Aizhanglai le respondió: “Es que precisamente hoy no he traído ninguno. ¿No acabo de decirle que hoy no le puedo engañar ni me puedo burlar de usted?”
Al escucharle el jefe, cada vez más nervioso le preguntó: “¿Pero dónde le has dejado entonces?”
Aizhanglai le contestó: “Como temía perderlo, me lo dejé en casa.”
“¿Tu aldea está lejos?” Preguntó el jefe.
“Caminando se necesita un día. Montando a caballo sólo medio.”
El jefe, que perdía el corazón por tener el fruto de la sabiduría, dijo entonces a Aizhanglai: “Monta en mi caballo y ve a traer uno de esos frutos para que nosotros lo veamos.”
Fingiendo no tener ninguna gana de ir Aizhanglai contestó: “Si el jefe lo quiere ver, no me queda más remedio que volver a casa y traerlo.” En cuanto acabó de hablar se dirigió al caballo que ya le tendía el encargado de las cuadras, y subiendo al mismo se fue.
El jefe esperaba en su casa. Esperó hasta que se hizo de noche pero Aizhanglai no volvía. Así esperó cinco días sin ver que Aizhanglai volviera. Cuando ya se sentía desesperado se dio cuenta que no sólo había sido engañado por Aizhanglai, sino que además, le había regalado un caballo.
Del disgusto que cogió estuvo varios días sin probar bocado.
Pescando y prendiéndose fuego
Hubo un día en que el señor dijo a Aizhanglai que tomara la caña para salir de pesca. Un momento después los dos se dirigieron al río. Al llegar a un buen lugar el señor le preguntó: “¿Dónde está el cebo?”
Aizhanglai contestó haciéndose el bobo: “Usted sólo me dijo que cogiera la caña.”
“¡Qué tonto eres! Si no hay cebo ¿cómo voy a pescar?”
“Claro, señor, vuelvo a casa a buscarlo.”
Cuando Aizhanglai estaba cerca de la casa vio que la mujer del señor estaba riendo muy contenta, y entonces se sintió enfadado por la vida tan cómoda que llevaba y la maldijo: “Dentro de un rato estarás llorando.” De esta forma, fingiendo encontrarse muy apurado llegó a la casa gritando y enseguida subió a la casa de bambú diciendo: “¡Que mala suerte! El señor se ha ahogado en el río.”
Al escucharle la señora inmediatamente se puso a llorar.
Conteniendo la risa Aizhanglai le dijo: “Primero voy a traer su cadáver.” Y tomando la hoja de una puerta salió corriendo. La mujer del señor salió corriendo y llorando tras él, pero cómo no tenía tanta costumbre de hacer ejercicio pronto quedó detrás de Aizhanglai y le perdió de vista.
Cuando llegó a la orilla del río, al verle llegar tan excitado y sudoroso, el señor le preguntó extrañado qué sucedía.
“¡Qué mala suerte! Se ha desatado un fuego en su casa.”
“¿Grande?”
“Las llamas tiñen el cielo de rojo. Sólo he podido salvar un trozo de puerta.”
“Ay. Mi mujer y mis hijos seguro que han perecido…” El señor se puso a llorar y soltando la caña de pescar volvió corriendo a su casa. Aizhanglai por su parte tomó la caña, le puso el cebo y se sentó tranquilamente a pescar.
El señor corría jadeando. Al llegar a mitad de camino se encontró con su mujer que llegaba a buscarle. Los dos pensaban que era algo muy extraño, y gritando “¡Al fantasma! ¡Al fantasma!” empezaron a pegarse mutuamente.
Cuando los dos conocieron claramente la historia en detalle ya tenían ambos la nariz roja y la cara hinchada de sus golpes[1].
[1] Traducido de Cuentos de personajes ingeniosos de las nacionalidades de Yunnan.
Más información, y links a algunos artículos académicos se puede ver (en inglés) en Ethnic-China
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