Bye Bye Darwin, el toro y el perro diseñaron las sociedades humanas
Los toros salvajes, los llamados uros ya desaparecidos, eran el mamífero más grande que se podía encontrar en muchas de las regiones templadas del continente Euroasiático, uno de los más peligrosos, pues eran animales agresivos capaces de atacar a cualquiera que no guardara la suficiente distancia, fuertes y rápidos y uno de los más antiguos símbolos de poder. Además, la morfología del cuerpo de los toros, especialmente de sus poderosos cuernos semejantes a la luna en alguna de sus fases, y el comportamiento social de las comunidades bovinas, mostraron ante los hombres primitivos un rico simbolismo que en algunas de sus facetas ha llegado hasta el presente.
Estos antiguos bóvidos se agrupaban en manadas de tamaño variable compuestas por machos, hembras y sus crías, aunque los machos viejos tendían a abandonarlas para llevar a cabo una vida solitaria o en pequeños grupos. Cada manada estaba dirigida por un macho adulto, que era por lo general el que se apareaba con las hembras y que alcanzaba esa posición de poder tras un combate con el anterior macho dominante, manteniendo su posición de poder en la manada mediante la victoria en combates con otros pretendientes.
Las primeras comunidades neolíticas surgieron en la región de Anatolia hace unos 10.000 años. Pequeños asentamientos estables que pronto hicieron del toro el animal más venerado, y de su dominio la razón de ser de la propia sociedad, pues el toro, el más poderoso de los animales en la naturaleza era el mejor sacrificio que se podía hacer a la Diosa de la Tierra, de quien dependía su sustento. Precisamente por la necesidad de tener siempre a mano un suministro de toros para los sacrificios se llevó a cabo la primera domesticación de este animal.
El modelo social bovino
Este modelo social bovino, que en la naturaleza se aplica a veces sobre poblaciones que pueden alcanzar los cientos de individuos, en África nororiental de ha descubierto una pintura rupestre con una escena con más de 60 bóvidos formando una manada, fue adaptado en líneas generales por los primeros humanos que iniciaron la revolución neolítica, una transformación de las ideas y cultura de las personas que colocó al toro en el centro de la vida espiritual y le convirtió en un símbolo del poder político y del dominio sobre un territorio.
Bajo el líder toro, una población siempre temerosa de los peligros que acechan en la naturaleza, alcanzó un nivel de seguridad no soñado hasta entonces. Aislada del mundo exterior por las primeras murallas, resolviendo las contradicciones internas entre una población cada vez mayor por la última referencia al líder toro, y conjurando los peligros que entraña tanto una naturaleza exuberante como una tacaña por el emparejamiento del toro con la diosa que representa la tierra, el hombre neolítico sentó las bases de un modelo de sociedad capaz de crecer hasta abarcar en su seno, miles y eventualmente millones de individuos, y garantizar para cada uno de ellos, bajo el dominio de reyes toro, la satisfacción de sus necesidades básicas.
Las comunidades humanas cambiaron de manera radical hace unos 10.000 años con la domesticación de los primeros bovinos. Ellos no solo proporcionaron un nuevo modelo conceptual de entender las relaciones humanas, sino que sentaron las bases económicas de una nueva estrategia de utilización de los recursos naturales, que se basó primero en el almacenamiento de alimento en esos animales vivos siempre a su disposición, posteriormente en la utilización de los productos que estos animales proporcionaban mientras estaban vivos, como la leche, la bosta y la lana, y finalmente por la transformación industrial de partes de su cuerpo tras su muerte, como el cuero o el hueso.
Pronto las comunidades neolíticas de Anatolia estaban compitiendo por ver quién era capaz de sacrificar más toros a la diosa, cuya carne, como es natural, se consumía en grandes banquetes que demostraban entre la población local la capacidad de sus jefes y ante las aldeas cercanas, el poder de esas comunidades. De esta forma los jefes se identificaron con los toros, ellos también podían tratar con esa Diosa tierra a la que tantos sacrificios presentaban.
El toro y los primeros imperios
Desde las primeras concentraciones de poder en esas aldeas, hasta la exuberancia iconográfica taurina de Catal Huyuk pasaron miles de años durante los que el toro no cesó de ganar en importancia simbólica y ritual. La revolución neolítica se fue extendiendo lentamente, dando como resultado, aún miles de años después, a los grandes imperios de la antigüedad: Sumer y Egipto. En ellos el toro fue el símbolo del rey. Como se verá más adelante ese símbolo tomó formas distintas a lo largo de los siglos, pero entre ellos, como posteriormente en otros regímenes menos conocidos, señalaba que el rey reinaba como toro, como hijo de un dios toro, o como vencedor (y por lo tanto sustituto del toro).
Cuando Darwin publicó sus teorías sobre la evolución en la segunda mitad del siglo XIX, enseguida aparecieron científicos sociales que aplicaron sus ideas a la sociología y la geopolítica, era muy fácil explicar que si una pequeña nación en un esquina de Europa dominaba el mundo era por su mejor adaptación a las circunstancias históricas presentes. De esta forma se convirtió la historia de la humanidad en una competición entre imperios de la que saldría vencedor el más apto, y las diferencias sociales en el resultado del mismo proceso dentro de la sociedad.
Es posible que las teorías de Darwin se puedan aplicar al estado presente de las relaciones internacionales, pero no sirven para explicar el origen y la evolución de las primeras sociedades humanas. Como ya señaló el filósofo Kropotkin la primera evolución humana fue resultado la cooperación, no de la competición, y para ella los hombres aprendieron el comportamiento de la manada de lobos, en la que los viejos y débiles son cuidados por los individuos más fuertes. Ya resumí en su momento en “La magia del Perro en China y Occidente”, el papel que el lobo tuvo en el diseño de las primitivas sociedades humanas.
La comunidad bovina y la sociedad humana
El surgimiento de las comunidades neolíticas en torno al culto y dominio del toro sirvió para diseñar la estructura de las relaciones humanas en comunidades mucho más grandes, las que podían contar con cientos, miles o decenas de miles de individuos, en las que un jefe cada vez más poderoso domina a una multitud de individuos débiles que dependen de su poder, su valentía, y sus armas (cuernos en un principio) para obtener seguridad y bienestar.
Seguridad alimentaria por la relación entre el toro y la diosa madre, física por su protección contra los enemigos, y espiritual por su manejo de los complicados rituales relacionados con las entidades espirituales y la vida tras la muerte. Y como esos toros que se reservan el acceso sexual exclusivo a las hembras de la manada, los primeros reyes y emperadores se reservaron para ellos comunidades enteras de mujeres y servidores, un auténtico rebaño sobre el que ejercían un dominio directo, físico y concreto.
Si el hombre aprendió del lobo los conceptos de cooperación y el cuidado de los débiles, que permitieron la supervivencia de comunidades pequeñas, los poderosos aprendieron de los toros que existía otra forma de manejar las comunidades. Una basada en la fuerza y el miedo, el poder absoluto de un individuo y su capacidad de apropiarse de cuantos bienes considerara oportunos, siempre que consiguiera proporcionar a sus más directos seguidores migajas de su poder y a la población sobre la que se ejercía el mismo una sensación de seguridad. La “seguridad del rebaño” que tan presente deberíamos de tener hoy cuando se habla de la “inmunidad del rebaño.”
Si el líder toro justifica su posición de dominio por proporcionar a los gobernados esa “seguridad de rebaño”. Es evidente que, si quiere mantenerse en el poder, cuando no exista un motivo de sentirse inseguro, tendrá que crearlo. Las religiones, con sus dioses terribles capaces de destruir a las personas en un abrir y cerrar de ojos, y los enemigos del estado, fueron desde tiempo inmemorial, y siguen siendo en la actualidad, los mecanismos favoritos de los líderes toros para mantener la lealtad de sus gobernados.
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