Asombroso: el tesoro más preciado de los yaks es su estiércol
La mayoría de los viajeros que visitaron el Tíbet en tiempos pasados se dieron cuenta de la importancia que, para el mantenimiento de la vida de los nómadas y viajeros tibetanos, tenía el estiércol de los yaks, conocido entre los tibetanos como argol. Pocos viajeros, sin embargo, dejaron una clasificación tan completa del argol como Evariste Huc, que viajó a Tíbet a mediados del siglo XIX.
Aquí transcribimos sus interesantes palabras (Huc, 1900: 89)
Observamos también, acudiendo a Tchogortan, otra clase de lamas no menos interesantes que los mongoles; llegaban siempre al amanecer; sus ropas estaban recogidas hasta las rodillas, y sobre sus espaldas llevaban grandes cestas de mimbre; durante todo el día recorrían el valle y las colinas adyacentes, recogiendo, no fresas y setas, sino el estiércol que los rebaños de los Si-Fan depositan en todas direcciones. Debido a esta particular ocupación, llamamos a estos Lamas Lama- Argoleros, de la palabra tártara argol, que designa los excrementos de los animales, cuando se secan y se preparan como combustible. Los lamas que se dedican a este oficio son, en general, personas ociosas e irregulares, que prefieren vagar por las colinas a estudiar y retirarse; están divididos en varias compañías, cada una de las cuales trabaja bajo la dirección de un superintendente, que organiza y es responsable de sus operaciones.
Hacia el final del día, cada hombre lleva la porción que ha recogido al depósito general, que siempre está situado al pie de algún pozo o en la hondonada de algún valle. Allí se elabora cuidadosamente la materia prima; se machaca y se moldea en tortas, que se ponen a secar al sol y, cuando están completamente desecadas, se apilan simétricamente, una sobre otra, cubriéndose la pila, una vez formada, con una gruesa capa de estiércol, para protegerla de la acción disolvente de la lluvia. En invierno, este combustible se transporta a Kunbum, donde se vende.
La lujosa variedad de combustibles de la que disfrutan las naciones civilizadas de Europa, nos ha eximido de la necesidad de hacer investigaciones muy profundas sobre las diversas cualidades de los argoles. No es el caso de los pueblos pastores y nómadas. La larga experiencia les ha permitido clasificar a los argoles con una agudeza de apreciación que no deja nada que desear a este respecto. Han establecido cuatro grandes divisiones, a las que las generaciones futuras apenas podrán aplicar ninguna modificación.
En el primer rango se sitúan los argoles de cabras y ovejas; una sustancia glutinosa que entra en gran parte en su composición, comunica a este combustible una subida de temperatura que es verdaderamente asombrosa. Los tibetanos y los tártaros lo utilizan en la preparación de los metales; una barra de hierro, colocada en un fuego de estos argoles, se lleva pronto al calor blanco. El residuo depositado por los argoles de cabra y de oveja después de la combustión, es una especie de materia vítrea verde, transparente, y quebradiza como el vidrio, que forma una masa llena de cavidades y muy ligera; en muchos aspectos, muy parecida a la piedra pómez. No se encuentra en este residuo ninguna ceniza, a menos que la combustión se haya mezclado con materias extrañas. Los argoles de los camellos constituyen la segunda clase; arden con facilidad y lanzan una llama fina, pero el calor que comunican es menos vivo y menos intenso que el que dan los anteriores. La razón de esta diferencia es que contienen en combinación una menor proporción de sustancia glutinosa. La tercera clase comprende los argoles pertenecientes a la especie bovina; éstos, cuando están bien secos, arden fácilmente y no producen ningún humo. Este es casi el único combustible que se encuentra en Tartaria y el Tíbet. Por último están los argoles de los caballos y otros animales de esa familia. Estos argoles, al no haber sufrido, como los otros, el proceso de rumia, no presentan más que una masa de paja más o menos triturada; echan un gran humo al arder y se consumen casi inmediatamente. Son útiles, sin embargo, para encender un fuego, desempeñando el cargo de yesca y papel a los demás combustibles.
Comprendemos perfectamente que este rápido e incompleto ensayo sobre los argoles no es de un carácter que interese a muchos lectores; pero no nos hemos sentido justificados para omitirlo o abreviarlo, porque ha sido nuestro objetivo no descuidar ningún documento que pueda ser de ayuda a aquellos que, después de nosotros, puedan aventurarse en la vida nómada.
Recientes investigaciones arqueológicas y antropológicas sobre el uso del argol por parte de los antepasados de los tibetanos, sugieren que, aunque las personas que vivían en los márgenes de la meseta tibetana realizaban viajes estacionales a la meseta, sólo después de la domesticación del yak, quizás hace unos 4.000 años, y de que se dispusiera de la fuerza de combustión y de tiro de este animal, los seres humanos pudieron establecerse todo el año en una de las regiones más inhóspitas del mundo.
Evariste Huc. Travels in Tartary, Thibet, and China. Chicago. Open Court Publishing Company. 1900.
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