Las historias de Beijing de David Kidd
Este libro narra algunos sucesos acaecidos en una familia aristocrática durante los años en los que China acabó con su historia tradicional y se convirtió en un país comunista. El autor llegó a Pekín como profesor de inglés 2 años antes de que triunfara la revolución comunista, y siguió viviendo en esa ciudad hasta dos años después del establecimiento del nuevo régimen. El propósito de la obra es narrar el ambiente que se vivió en aquellos días, del que el autor se convirtió en un protagonista excepcional, ya que al poco tiempo de llegar se enamoró de una de las hijas de una de las principales familias del régimen, que vivía en una gran casa ajardinada en el centro de Pekín, con varios patios. Posiblemente una de las más impresionantes casas de la época. Aunque la familia ya estaba en cierta decadencia, pues el suegro del autor, que muere poco después de empezar el libro, había hecho una serie de aportaciones patrióticas unos años antes que habían volatilizado la mayor parte de su fortuna, habiéndose perdido la otra con las grandes depreciaciones de las empresas que siguieron a la revolución, todavía conservan ese aire de nobleza que les ha caracterizado.
David Kidd conoce a su novia en la Ópera de Beijing y se casa poco antes de la fundación de la Nueva China. El libro está estructurado en base a una serie de escenas que intentan documentar y resumir cómo se transformó la vida durante esos años. Desde la relativa calma, decadencia en cierta forma y sofisticación de esos últimos años del régimen republicano, a ver cómo poco a poco la implantación del nuevo régimen va llevando a situaciones que son descritas como absurdas, que sin lugar a dudas son el resultado del establecimiento de las políticas comunistas.
Claro que al ver este desarrollo desde el punto de vista de una de las familias aristocráticas más importantes, podemos perder de vista la gran visión del momento. El que la familia, como ya hemos dicho casi arruinada, se vea obligada a vender la gran mansión debido a los grandes impuestos y luego los nuevos propietarios que hacen de ella un hospital no se preocupen de cuidar las plantas ni los árboles centenarios, no nos parece una desgracia tan tremenda como lo es para algunos protagonistas. Tal vez sea una falta de buen gusto, pero posiblemente ese es uno de los menores problemas o faltas que se cometieron durante esa época. Lo importante es ver si esta situación sirvió para realmente ir creando un régimen más igualitario. Otros de los episodios que cuenta el autor nos muestran el caos que reina en ese momento en el que se están estableciendo nuevas normas y aún no se han derogado las viejas, y sí, también consideramos, como él, que algunas de las políticas podían ser absurdas, como esos hombres sombra que espiaban desde los tejados en la noche que la gente no jugara al mahong, incluso a las personas que estaban jubiladas y que no podían aportar nada al mundo laboral. Pero también hay que tener en cuenta que el juego se había convertido en un problema público en los años previos revolución .
Luego suceden escenas, con toda la policía llegando a la casa a medianoche para ver si hay jugadores, que resultarían cómicas si no tuvieran su componente trágico. Finalmente el autor y su mujer consiguen salir a Estados Unidos y cada uno de los más de 10 miembros de esta familia se separa de los demás para iniciar un nuevo destino en una Nueva China.
El libro concluye con una nueva visita a Beijing del autor en los años 80. La muralla ha desaparecido y la ciudad está irreconocible. También nos muestra que los que habían sido en otra época posiblemente una de las familias más acomodadas de Pekín, han tenido que sufrir bastante durante los 30 años de la revolución, y son ahora nada más una pandilla de viejos decrépitos, o con lesiones producidas por las temporadas de trabajos forzados. Las denuncias que estos miembros realizan sobre las matanzas llevadas a cabo por los Guardias Rojos en Pekín durante la Revolución Cultural, afortunadamente no les afectaron y aunque su número está muy exagerado en este libro, que no pretende ser un libro de historia, realmente Pekín estuvo entre los lugares que más sufrió de la violencia gratuita de los Jóvenes Guardias Rojos durante la Revolución Cultural. Muchas familias fueron exterminadas por completo, y otras muchas personas consideradas derechistas o aristócratas también sufrieron torturas, persecuciones o fueron condenadas a trabajos forzados. Por eso, el reencuentro con los principales miembros de la familia todavía vivos, después de la gran tragedia china es realmente afortunado.
El libro se lee con interés, pues ciertamente hay pocas obras que describan cómo fue la vida en esos años tan especiales, pero el autor no pretende mostrar absolutamente nada del ambiente general de Pekín, del que solo sabemos un poquitín cuando recuerda un episodio en el que con otros extranjeros fue a conocer la zona donde estaban las casas de prostitución, y las breves referencias que hace a ese asunto. Solo podemos saber que la ciudad de Pekín tenía grandes monumentos, templos, murallas, parques, árboles pero realmente no hay absolutamente ninguna referencia a cómo era la vida de la gente. Sí vemos que había conductores de rickshaw, que son continuamente mencionados y que no desaparecen inmediatamente después de la Revolución.
Entonces, todo lo que queda de ese propósito de mostrar ese ambiente que asegura el escritor nadie ha descrito, creo que él tampoco lo hace, porque simplemente nos muestra y de forma un poquito rápida incluso, cómo fue esa transición del mundo de la república, del mundo todavía de los últimos coletazos del mundo clásico chino, a la nueva realidad de la República Popular. Pero al no haber nada, absolutamente ninguna referencia social, ni siquiera a lo que él podía ver, excepto las alusiones a que los criados no quieren trabajar o que incluso denuncian a sus jefes o este tipo de hechos realmente anecdóticos, el libro pierde valor como testigo de esa época, y se queda nada más en algunos recuerdos un poco deshilvanados sobre lo que vivió el protagonista en el Pekín de esos años.
El libro se lee con facilidad, y la pluma del autor hace que los personajes más mencionados acaben por resultar entrañables, pero la excesiva obsesión por hablar de esta familia, le impide contar hechos que ha debido de vivir como testigo, y que hoy en día tendrían mayor valor histórico.
Algunos párrafos destacados:
“No conocí a nadie que no se hubiera dejado cautivar por la ciudad; si no caías rendido el primer día, no pasaba más de una semana antes de que Pekín te hubiera conquistado.”
“Pekín tenía el poder de tocar, transformar y embellecer a todos cuantos vivían entre sus antiguas murallas.”
“El jardín chino es un paisaje para el disfrute privado elaborado a partir de sutiles artificios en los que nada es lo que parece, una evocación expresa de las húmedas montañas verdinegras, reproducidas en infinidad de cuadros chinos, donde moran los monos y los inmortales. Ahí es donde el hombre sabio puede contemplar este mundo bullicioso y polvoriento como debe ser contemplado: a lo lejos, a través de las hojas de los árboles.”
Kidd, David. Historias de Pekín. Libros del Asteroide, Madrid, 2006.
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