La Montaña Taishan, la vida y la muerte en la cultura china, según la obra de Edouard Chavannes.

Las montañas son, en China, divinidades. Se les considera como potencias naturales que actúan de manera consciente y que pueden, por consiguiente, ser rendidas favorables por los sacrificios y conmovidas por las oraciones; pero estas deidades son de importancia diversa: algunas son pequeños genios locales cuya autoridad se ejerce sólo en un pequeño territorio; las otras son soberanos majestuosos que tienen bajo su dependencia inmensas regiones. Las más famosas son cinco; ello: el Song Kao o Pico Central, el Taishan o Pico del Este, el Hengshan o Pico del Sur, el Huashan o Pico del Oeste, el Hengshan o Pico del Norte. Entre estas cinco montañas, hay una que es aún más famosa que las otras cuatro; es el Taishan o Pico Oriental (Pag. 3).

El folclore también nos enseña que las montañas son el hábitat de personajes dotados de maravillosas facultades; las hadas o los gnomos juguetean allí. En China, bajo la influencia del taoísmo, estos genios de las montañas fueron concebidos como hombres liberados de todos los obstáculos que pesan y cobijan nuestra existencia; eran los inmortales, los bienaventurados a los que pueden acudir los que se alimentan de maravillosos objetos de jade y que beben ambrosía, como dicen las inscripciones en tres espejos de la época de los Han (Pag 6) .

Pero la montaña no es sólo el lugar donde aparecen los dioses celestiales y los inmortales; es en sí misma una divinidad (Pag 6).

Las atribuciones generales de una deidad de la montaña son de dos tipos: por una parte, dado que pesa por su masa en todo el territorio circundante y es como el príncipe de la estabilidad; es el regulador que impide que el suelo se agite y que los ríos se desborden; poniendo obstáculos a los terremotos e inundaciones. Por otro lado, las nubes se acumulan alrededor de la cima de la montaña que parece producirlas y que merece el epíteto homérico de «agregador de nubes» (Pag. 8).

Muchas oraciones del período Ming nos muestran que la montaña Taishan era efectivamente invocada en virtud de estos dos tipos de atribuciones. En la primavera se la imploraba para promover el crecimiento del grano; en el otoño se ofrecía una acción de gracias para agradecer la cosecha que ha protegido. Se le pide que ayude a los hombres con su invisible y poderosa acción que distribuye la lluvia y el buen tiempo en las proporciones adecuadas y permite que las plantas nutritivas alcancen la madurez. En caso de sequía, es muy natural recurrir a ella, pues «ver que la lluvia llegue a tiempo al arador es su tarea secreta»; cuando las lluvias se retrasan, las espigas de los campos se marchitan y los campesinos empiezan a temer el hambre, el soberano de la humanidad recurre al majestuoso Pico, que puede y debe poner fin a esta desgracia (Pag. 8).

De manera similar, en caso de un terremoto o inundación, las oraciones apropiadas a las circunstancias recuerdan al Taishan sus funciones como gobernante de una región entera y lo invitan a restaurar el orden (Pag 9).

Taishan es el Pico de Oriente; en esta capacidad preside el Oriente, es decir, el origen de toda la vida. Como el sol, así que toda la existencia comienza en el lado oriental. El principio del yang, que hace brotar la savia de las plantas verdes, se concentra en el Pico del Este, del que emana su fragancia vivificante (Pag 6).

Al mismo tiempo que el Taishan lleva a su lado todas las existencias futuras, es, por una consecuencia bastante lógica, el receptáculo donde van las vidas que han llegado a su fin. Desde los dos primeros siglos de nuestra era, era una creencia generalizada en China que cuando los hombres morían, sus almas volvían al Taishan. En la literatura popular hay toda una serie de anécdotas que nos informan sobre este tipo de Campos Elíseos donde los muertos siguen hablando y actuando como si estuvieran vivos; allí se buscan posiciones oficiales, las recomendaciones a personas influyentes son muy útiles; es como otra China subterránea que florece bajo la montaña sagrada (Pag 13).

Como el Taishan da lugar a nacimientos y recoge a los muertos, se ha concluido que preside la duración mayor o menor de la existencia humana; uniendo en sí mismo las atribuciones de las tres Parcas, dando vida, manteniéndola y finalmente interrumpiéndola. Alrededor del año 100 D.C., un tal Hiu Siun, sintiéndose gravemente enfermo, fue al Taishan a pedir vivir. Un poeta del siglo III d.C. escribió con melancolía: «Mi vida está en decadencia; el Pico Oriental me ha dado una cita.” (Pag 13)

El culto del Taishan [se produce] porque esta divinidad preside las almas de los muertos. Por eso en China se encuentran representaciones de los tormentos del inframundo en dos tipos de templos taoístas, uno es el del dios de la ciudad (Chenghuang miao), y los otros son los del Taishan (Dongyue miao). Esto explica nuevamente por qué, en estos dos tipos de templos, se ve a menudo, suspendido sobre una de las puertas o contra una pared, algún ábaco enorme; la presencia de esta máquina calculadora significa que la divinidad del lugar tiene la misión de contar las acciones humanas y equilibrar el bien y el mal (Pag 16).

Los textos históricos nos cuentan en varias ocasiones y con gran detalle sobre las famosas ceremonias de feng y shan que se realizaban en la parte superior e inferior del Taishan. El sacrificio feng estaba dedicado al Cielo; el sacrificio shan de dirigía a la Tierra (Pag 16).

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Imagen shi zhao via Flick.

Chavannes, Edouard. Le T’ai Chan. Essai de monographie d’un culte chinoise. Ernest Leroux. Paris. 1910.