Totem Lobo


Tótem lobo es una de las novelas más interesantes de las aparecidas en China en la última década, y una de las pocas que puede presumir de haberse convertido en un éxito tanto en el interior como el exterior del país. Es una gran novela épica, y a la vez una novela de las cosas pequeñas. Y esta contradicción se construye eligiendo como personaje central de la novela a los siempre demonizados lobos, mientras que la relación con ellos se va construyendo desde la perspectiva de una brigada de producción destinada a la frontera de Mongolia, durante los años de la Revolución Cultural.

Mientras que la Revolución Cultural se ha convertido en la gran experiencia catártica de la que la mayoría de los novelistas contemporáneos extraen situaciones y temáticas para aplicarla en sus novelas, generalmente trágicas pero también en otras ocasiones como escenario de una delicada sátira, pocas se han centrado, como la presente, en mostrar la continuidad de valores que, bajo la aparente ruptura con el pasado, constituyó esa época. La continuidad de valores, manifiestamente expresa a lo largo de la obra, de la cultura y forma de vida sedentaria de la mayoría Han, imponiéndose sobre los sistemas de valores de las poblaciones nómadas, en este caso los mongoles.

Las contradicciones están presentes desde el inicio mismo de la obra, en la que se nos presentan dos bandos contrapuestos, las personas y los lobos, presuntos protagonistas de una lucha sin cuartel. Luego, poco a poco, vamos descubriendo que los bandos contrapuestos no son estos, sino los representados por los valores tradicionales de la sociedad nómada y los las sociedades sedentarias que, merced a los vaivenes de esa situación política, han llegado a la remota zona a hacerse con el control. Poco a poco vamos comprendiendo que el antagonismo original, entre personas y lobos, regulado por las creencias religiosas de unos mongoles que también realizan los funerales del cielo, alimentando con sus cadáveres a los lobos para que su alma ascienda sin obstáculos al cielo de Tenger, el gran dios, no es más parte de la lucha por la supervivencia en la milenaria pradera de Mongolia, que hombres y lobos no son más que parte de los factores de un delicado equilibrio en el que participan todos los elementos naturales y humanos que viven en la pradera. Las delicadas relaciones entre las gacelas, los pastos y los lobos, los lobos y las marmotas, los ratones de campo y los conejos; de estos con el crecimiento de los rebaños de corderos, todo parece inextricablemente ligado en la compleja red de relaciones naturales en la que los Mongoles ocuparon durante siglos una posición cuidadosamente regulada para no acabar con la base de la supervivencia de todos ellos: la pradera.

Esta compleja relación entre el hombre y la violenta naturaleza va surgiendo de forma natural según el lector contempla las experiencias de unos estudiantes de Beijing enviados al campo al inicio de este proceso político. Uno de ellos, el protagonista de la novela, fascinado por la importancia de los lobos como elemento central en el equilibrio ecológico de la propia pradera, decide criar un cachorro de ellos, identificándose aún más con ellos, pero a la manera sedentaria, tan alejada de la mentalidad nómada como la del jefe de brigada que representa unos ideales limitados estrictamente en el tiempo y el espacio. Por el contrario, el último de los grandes conocedores de la tradición natural de los mongoles, Bilgee, que indirectamente va poniendo sus conocimientos al servicio de los que buscan destruir lo que él quiere preservar.

La novela tiene un punto épico, pues una vez puestos en escena todos los personajes, humanos y contradictorios como se presentan en toda su humanidad, el verdadero protagonista es ese lobo destinado a desaparecer. Las largas descripciones de los comportamientos de los lobos, sus estrategias que según las creencias locales se convirtieron en la base del arte de la guerra de Gengish Khan, el más famoso general de los mongoles, sus sofisticados sistemas de comportamiento, les dan una dimensión no sólo humana, sino sobrehumana, que los coloca en este mundo bajo la directa protección de Tenger.

Esta humanización, entendida como la posesión de un sistema de inteligencia mucho más complejo de lo que parece a primera vista, que comparten en mayor o menor medida los animales de la novela, y que está abriéndose paso en cierta forma, gracias a estudios detenidos de comportamiento, entre la ideología contemporánea, parece llegar cuando esos animales humanizados se enfrentan ya a su sentencia de muerte por una humanidad cada vez más animalizada, dispuesta a aprovechar económicamente hasta los últimos reductos de la vida animal.

Al final, la última batalla de ese hermano lobo que llamaría San Francisco de Asís, es despojada de toda caracterización épica, respondiendo más bien a los pequeños intereses económicos coyunturales. Y Tras los lobos, las marmotas, los conejos y los ratones, y hasta los mosquitos van desapareciendo una vez que la madre tierra ha sido herida de muerte. Desaparecen en la cotidiana busca de un poco más de riqueza, de una piel más, unas hectáreas más de tierra para el ganado. Yo no hay grandes luchas del hombre y la naturaleza, sino las miserias de cada uno de nosotros en contradicción con esa grandeza de la naturaleza que durante siglos nos ha alimentado.  Como prueba de ello está la desaparición, en dos incidentes independientes, anónimos, de los dos grandes perros que durante años habían garantizado la seguridad de cientos de ovejas. Su fin no es debido al odio, nadie tiene tiempo para odiar, ni la lucha de clases entre el hermano hombre y el hermano lobo o el hermano marmota, sino a la cotidiana necesidad u oportunidad de echar al puchero un poco de carne.

Un poco más de carne al puchero.

Jian Rong. Tótem Lobo. Alfaguara. 2008